Grand Central Terminal, la estación más emblemática de Nueva York

La imagen que hoy luce en Grand Central Terminal corresponde a la última reforma de 1998. Un momento clave en la historia de esta estación que, tras su declive tras la Segunda Guerra Mundial, debido al aumento de los turismos y de las compañías aéreas, estuvo a punto de ser demolida para convertirse en un edificio de oficinas. Gracias a la presión realizada por la Comisión para la Preservación de los Monumentos Históricos de Nueva York, Grand Central Terminal ha sobrevivido al paso del tiempo convirtiéndose en uno de los iconos de Manhattan.

Para conocer su historia habrá que remontarse a mediados del siglo XIX, cuando Nueva York contaba con cuatro rutas de tren que conectaban el norte con el este de la isla: Hudson River, New York Central, New York – Harlem, y New York – New Haven, todas ellas con trenes a vapor. Su desarrollo propició la expansión de la ciudad, mejoró las vías comerciales y la circulación de pasajeros. El único problema es que, con el aumento de los servicios, la contaminación comenzaba a preocupar a la población.

La primera medida que se tomó al respecto fue limitar la entrada de las locomotoras al centro de la ciudad, por lo que todas ellas debían de parar en la calle 42. Aquellos pasajeros que quisieran llegar hasta el sur tendrían que hacerlo con el servicio de caballos. El propietario de las tres primeras líneas, Cornelius Vanderbilt – un empresario americano conocido como el Comodoro y que se hizo millonario gracias al ferrocarril – decidió que para coordinar los servicios y ahorrar dinero lo mejor sería construir una parada común para todos los trenes. En 1871 se inauguraba Grand Central Depot, un edificio compuesto por tres torres que correspondían a cada una de sus vías.

La gran obra arquitectónica finalizó en 1913, momento en el que su nombre es sustituido por el de Grand Central Terminal

La prohibición del vapor no fue un impedimento para Vanderbilt, quien pronto vería crecer su servicio y se vería obligado a agrandar la estación. La primera reforma se realizaría en 1901 y se haría llamar Grand Central Station, nombre por el que aún la siguen llamando los locales. El nuevo edificio tendría pocos meses de vida. Un año después, el trágico accidente ocurrido en el túnel de Park Avenue, en el que dos trenes chocaron a causa del humo de las locomotoras, hizo que las autoridades neoyorkinas prohibiesen definitivamente los trenes a vapor dentro de la ciudad. La única solución era crear un sistema eléctrico, aunque para ello había que reconstruir completamente la estación, así como todo su trazado.

La gran obra arquitectónica comenzó en 1903 y finalizó diez años más tarde, momento en el que su nombre fue sustituido por el de Grand Central Terminal, con dos niveles subterráneos. El nuevo edificio sirvió como impulso económico de Midtown Manhattan, sobre todo de la calle 42 y Park Avenue, donde se abrieron nuevas tiendas, restaurantes, oficinas y hoteles. Su crecimiento hizo que fuera nombrado como Terminal City, un área de negocios que estaba perfectamente conectada gracias al aumento de las líneas de tren. La estación no era solo una parada, sino que se convirtió en el destino.

Sus dos pisos de vías, los suelos de mármol, las suntuosas lámparas de araña y su cúpula central donde se pintó el zodiaco, causaron sensación entre la población, quienes la consideraron como un símbolo de modernidad y elegancia. Su fachada se decoró con un reloj Tiffany rodeado de las esculturas de Minerva, Mercurio y Hércules. Es el único de toda la estación que marca la hora exacta. Los que se encuentran en su interior están adelantados un minuto para que los pasajeros lleguen a tiempo a su tren. En las diferentes salas se abrieron restaurantes, se organizaron exposiciones de arte, espectáculos, eventos deportivos – gracias a su pista de tenis – y hasta hubo celebraciones de Año Nuevo. Muchas fueron las empresas que se disputaron sus locales. Una de ellas fue la CBS, el canal de televisión estadounidense cuyos estudios estaban en el edificio y quienes emitían en directo desde allí. Fueron los mejores años para el sector del ferrocarril y de Grand Central, que a mediados del siglo XX llegó a registrar más de 65 millones de pasajeros.

A pesar de su crecimiento y popularidad, después de la guerra hubo un descenso de los viajeros que hizo que algunos empresarios pensaran en demoler Grand Central Terminal para convertirlo en un edificio de oficinas. Años duros para el sector ferroviario cuyo tesoro se pudo conservar gracias al apoyo de la Comisión para la Preservación de Monumentos Históricos de Nueva York quienes, tras 10 años de lucha, lograron que en 1998 se realizase su última reforma con el que el complejo volvió adquirir su esplendor de 1913. Para ello, se amplió la zona de compras y de restaurantes, se restauraron las pinturas del techo, se incorporaron más taquillas, ascensores, escaleras mecánicas y rampas para hacerla más accesible.

Hoy, el vestíbulo de Grand Central Terminal es una de las paradas imprescindibles de los viajeros que visitan Nueva York, quienes acuden a admirar la belleza de la estación y a recorrer lo que un día fue el escenario de multitud de películas como Con la muerte en los talones, de Hitchcock; ¡Olvídate de mi! de Michel Gondry; o Armageddon, de Michael Bay, entre otras. En sus exteriores aún luce el monumento a Cornelius Vanderbilt, el responsable de crear la primera estación que acabaría convirtiéndose en uno de los iconos de la ciudad.

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