La ira es una emoción básica y universal. Básica porque está al servicio de nuestra supervivencia a partir de tres funciones; la facilitación del desarrollo rápido de conductas de defensa-ataque, la vigorización de nuestra conducta y la regulación de la interacción social. Universal porque cualquier miembro de la especie sano experimenta ira. Por lo tanto, enfadarse no sólo es normal sino también necesario. Sin embargo, cuando la ira es demasiado frecuente en nuestras vidas o desproporcional, aparecen los problemas. Por eso, además de experimentarla, debemos aprender a controlar la ira y saber cómo expresarla.
¿Qué hace que nos enfademos?
Las emociones están muy ligadas a nuestros pensamientos, por lo que una situación puede ser «vivida” de formas muy diferentes en función de la persona. Por eso, más que referirnos a situaciones «objetivas” que dan lugar a la emoción de ira, lo correcto es referirse a los pensamientos asociados a esa situación que causan ira. La ira es una emoción que aparece cuando nos vemos sometidos a situaciones que producen frustración o nos resultan desagradables, pues nos sentimos atacados. Un caso claro que puede afectar a todos sería la situación que vivimos por la pandemia de COVID-19, que ha frenado muchas de nuestras ambiciones personales y sociales. Por lo tanto, existen dos grandes categorías de situaciones desencadenantes de esta emoción:
Situaciones frustrantes
- Obstrucción del acceso a una meta: cuando la consecución de nuestros objetivos se ve interrumpida, la valoración cognitiva (los pensamientos) que la persona lleve a cabo sobre la relación entre su conducta y el resultado de la misma determinará el tipo de emoción resultante. Cuando se estima que se puede actuar sobre los factores que bloquean su acceso, restableciendo las situaciones previas, aparece la ira.
- Transgresión de las normas y derechos: cuando se sobrepasan las normas sociales, se vulneran nuestros derechos o nos tratan de una forma injusta sentimos ira.
- Extinción de contingencias aprendidas: cuando no aparece la recompensa que esperamos tras realizar una conducta nos enfadamos (por ejemplo cuando no sale la lata de coca-cola después de introducir la moneda).
Situaciones aversivas
Las experiencias desagradables favorecen la emoción de ira facilitando la expresión de conductas agresivas. El ejemplo más claro de ello es la experiencia de dolor. Así por ejemplo, cuando algo nos duele, florece nuestro mal carácter.
Saber qué nos desquicia nos ayudará a poder controlar la ira.